Frédéric Dardion Head of Design System Thiga
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El mito del Designer visionario, solitario y superdotado, es difícil de erradicar. Heredado de otra época, aún está presente en la cabeza de muchos Product Designers. Sin embargo, la realidad del oficio está en otra parte: en la colaboración, la estrategia y la capacidad de influir. Frédéric Dardion, Head of Design System en Thiga, toma la pluma y llama a sus pares a bajar de su pedestal, para devolver al Diseño la influencia que merece.

Demasiados Product Designers se creen rockstars. Somos muchos los que consideramos que tenemos una importancia clave para el Producto y la organización en general. El problema es que es un punto de vista muy personal. No creo que los otros compañeros de la empresa vean las cosas del mismo modo. Y es hora de darse cuenta.

¿De dónde viene este síntoma de creerse el protagonista? Sin duda, de las agencias de publicidad, de una época donde el director artístico hacía soñar, donde el grafista impresionaba por su capacidad de sacar una idea brillante en un chasquido de dedos. Fue la edad dorada de los Diseñadores Artísticos, criados con la historia del arte y las referencias visuales. Talentos capaces de encarnar una visión y dejar su sello. ¡Naturalmente, eso impresionaba a los no iniciados! Pero ese mundo ya pasó. Y sobre todo, eso no es el Product Design.

En las empresas, en los equipos de Producto, en nuestras realidades actuales, el rol del Designer no es brillar en solitario. Es contribuir, construir, acompañar. No somos rockstars. Por cierto, no tenemos que serlo. Es un mito que nos perjudica, y que es hora de dejar atrás.

El Design no es solo estilo

Hay algo que me molesta profundamente: la confusión persistente entre diseño y estética. Aún se escucha demasiado a menudo eso de: "Ah sí, es diseño", para decir "es bonito". ¡El diseño no está ahí para hacer las cosas bonitas! ¡Ni para crear visuales estéticos! Ese es el trabajo del grafista. El Designer, en cambio, concibe soluciones útiles y utilizables.

Es una diferencia esencial, que el lenguaje no siempre nos ayuda a transmitir. En los países anglosajones, "to design" significa "concebir". No hay ambigüedad. Aquí, seguimos prisioneros de una definición demasiado restrictiva. Y esta confusión nos encierra en un rol de ejecutor, nos confina a la producción, a la decoración de la pantalla, al "¿puedes hacerme un mockup rápido?". Pero nuestro rol va mucho más allá. Es pensar en lo útil, lo factible, lo funcional. Es el arte de encontrar el equilibrio correcto entre las restricciones técnicas, los desafíos de negocio, las necesidades del usuario y una realidad operacional.

Creo que hay un verdadero desfase entre lo que somos capaces de aportar y la manera en que somos percibidos en ciertas organizaciones. Demasiado a menudo somos infantilizados respecto a los desafíos técnicos y de negocio. ¡Es duro decirlo, pero es verdad! Nos ven como niños creativos, gentilmente despistados, que hay que volver a poner en el camino correcto de las deadlines y los tickets de Jira. Mientras que lo que aportamos es una mirada transversal, una comprensión profunda del usuario, una capacidad para hacer emerger conceptos y hacerlos tangibles. Deberíamos ser un activo que reduce los riesgos upstream y permite abrir las perspectivas sobre problemáticas abordadas de manera demasiado cerradas. Pero aquí estamos, aún demasiado a menudo considerados como una simple correa de transmisión. También es nuestra culpa. A nosotros nos toca reaccionar.

Porque por más que tengamos una buena visión periférica de los desafíos, nuestra manera de comunicarlos no está a la altura. Hablamos muy poco de lo que hacemos, no sabemos explicarlo. Hemos tomado la mala costumbre de diseñar... para los Designers. De hablar continuamente con nuestros pares y compañeros. Pero una vez en la empresa, hay que dirigirse a desarrolladores, a POs, al marketing, a negocio. Hay que adaptar nuestra comunicación para ser escuchados, para tener la influencia y el impacto deseado. Y nunca hemos aprendido a “vulgarizar” nuestro enfoque, a adaptar nuestro discurso en función de los interlocutores que no tienen ni nuestro vocabulario, ni nuestras referencias.

Es un desafío importante. No basta con ser bueno en nuestra materia. También hay que saber hacer transmitir nuestras ideas, defender nuestras elecciones, crear cohesión en nuestro discurso... ¡En resumen, mostrar un poco nuestras dotes! Y eso no es arte, es un músculo que hay que trabajar. Hay que comprender a quién le hablamos, qué queremos obtener, y cómo formular las cosas para hacer avanzar un proyecto. Demasiado a menudo avanzamos en temas como caballeros en una cruzada, diciendo que vamos a transformar todo gracias al Design. Es falso. En el fondo, el único poder que realmente tenemos es el de influir.

El Designer que piensa en términos de factibilidad es mil veces más útil que aquel que sueña con un producto perfecto en un mundo perfecto.

No decidimos solos. No somos los dueños del producto. No tenemos todas las palancas en la mano. Pero tenemos un rol clave que desempeñar si sabemos usar nuestra capacidad de influencia, que es enorme: materializar una idea, dar forma a una intuición, ilustrar una ambición. Es un superpoder. Aunque hay que saber usarlo con buen juicio y prudencia.

¡Basta con el culto al detalle!

Se lo digo a menudo a los Designers más junior: cuidado con el perfeccionismo. Se puede concebir un producto magnífico, perfectamente pensado... que nunca verá la luz porque nadie tiene los medios para desarrollarlo. La realidad es que las organizaciones no tienen ni el tiempo, ni los recursos para absorber bloques monolíticos de design. Ojo, ¡no digo que los detalles no tengan importancia! Simplemente, hay que ser consciente del momento en el que estamos y balancear el nivel de detalle.

A veces el corto plazo reclama tomar decisiones para poder avanzar en los primeros escalones del producto o servicio en el que trabajamos. Lo que esperan de nosotros hoy es aportar una mirada estratégica sobre la priorización. Pensar recorridos progresivos. Imaginar secuencias. El Designer que piensa en términos de factibilidad es mil veces más útil que aquel que sueña con un producto perfecto en un mundo perfecto.

Eso también es diseñar con inteligencia: comprender las restricciones del Delivery y anticipar qué es factible, en qué orden, con qué nivel de calidad en cada etapa. Ser capaz de proponer un diseño, teniendo en cuenta los puntos de complejidad y proponiendo una división que permita avanzar poco a poco, sin degradar la experiencia del usuario. ¡Porque eso la Tech y el Product Manager lo entienden mucho mejor!

Llegamos a un problema central: el del ego. No solo el nuestro, claro, no es exclusivo del diseño, pero tengo que decirlo: veo demasiados Product Designers con el ego subido. Y un Product Designer que se aferra a su solución, que rechaza los feedbacks, que se cierra en cuanto se desafía su trabajo, se convierte en un problema. ¡El diseño es un trabajo en equipo! Por más que tengamos la capacidad única de materializar los conceptos, necesitamos los otros perfiles para avanzar. El Producto, el Marketing, la tecnología, el branding... Hay que tener en cuenta sus ideas, sus soluciones.

Bajemos de nuestro pedestal

Eso sí, tampoco hay que caer en el extremo opuesto y convertirse en productores de maquetas. En simples ejecutores. Es un equilibrio complicado, pero debemos adoptar lo más posible una postura de estratega. Solo así podremos producir valor - siempre que este sea fruto de un trabajo en común con los otros actores.

Y lo comprendí muy temprano en mi carrera: si quería que me consideraran diferente a un ejecutor, debía mostrar que era capaz de otra cosa. Así que sistematicé mi trabajo. Reduje mis tiempos de producción. Busqué todas las formas de optimizar mis workflows para liberar espacio mental. Y usé ese tiempo para proponer, estructurar, organizar, convencer. No se gana legitimidad exigiendo. Se gana mostrando.

Hoy, un nuevo actor entra en escena: la IA. Algunos lo ven como una amenaza. Yo lo veo como una oportunidad. La IA puede ayudarnos en tareas repetitivas, a mejorar nuestra atención, a desafiarnos, a ampliar nuestras perspectivas. En resumen, puede liberarnos tiempo. Ese tiempo del que carecemos para comunicar, para explicar, para convencer, para tomar parte en las decisiones. Ese tiempo que debemos reinvertir en comprender mejor los retos de negocio. Ahí es donde se juega la próxima evolución de nuestro rol.

Porque sí, nuestra profesión está en plena transformación. Y los logros del pasado no bastan para seguir el ritmo. Hay que incrementar nuestro valor, retrabajar nuestras posturas, hablar mejor, escuchar mejor, colaborar mejor. Bajar de nuestro pedestal. Porque nunca seremos rockstars. Y es mejor así.

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