¿Está Europa condenada a ver cómo Estados Unidos y China construyen el futuro mientras se conforma con preservar su glorioso pasado? Para Hugo Geissmann, esta visión fatalista es un insulto a nuestro potencial. Confrontar ambición y regulación, innovación y protección, es un falso debate. Europa no tiene que envidiar a otros continentes: dispone de talentos, recursos y una visión que podrían convertirla en líder mundial. Pero debe aprender a creer en sí misma y transformar sus fortalezas en palancas de cambio. En esta entrevista, el CEO de Thiga invita al Viejo Continente a dejar de ser un mero espectador para convertirse en un actor ambicioso del siglo XXI.
Ya en 1849, en su discurso de apertura del Congreso Internacional de la Paz en París, Victor Hugo llamaba a la creación de los "Estados Unidos de Europa". Más de 150 años después, es más que evidente que todavía no hemos llegado a ese punto. Sí, hemos avanzado: la moneda única fue un gran paso, al igual que la libre circulación de personas y mercancías. Sí, Europa es un continente de historia, cultura y valores. Pero no nos engañemos: en el terreno digital, de la innovación y del poder económico, los europeos estamos rezagados.
Basta con mirar dónde se concentran los gigantes globales. ¿Dónde nacieron Amazon, Google, Meta, Nvidia, Microsoft? En Estados Unidos. ¿Dónde están los BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, and Xiaomi)? En China. Y nosotros, en Europa, ¿qué hacemos mientras tanto? Admiramos. Regulamos. Comentamos. Pero actuamos muy poco. O, mejor dicho, actuamos demasiado de forma aislada.
Primero hay que poner los bueyes delante del carro
No me malinterpretéis: no propongo copiar los sistemas extranjeros. ¡El ultraliberalismo, no es para mí! Vemos claramente que el modelo social americano está completamente desequilibrado, con diferencias de riqueza colosales. Pero si hablamos de capacidad para construir gigantes económicos, no hay competencia.
Es también una cuestión cultural. En Europa, el éxito empresarial se celebra menos que en otras partes, suscitando más desconfianza que admiración. También tenemos menos tolerancia al riesgo. Nos gustan las normas, las leyes, en resumen, que todo esté bien regulado. Adoramos enmarcar, delimitar, asegurar. Forma parte de nuestro ADN. ¡Y no es malo en sí mismo! Pero aplicado a la innovación, es un freno. En Estados Unidos, lanzan, aprenden y después regulan. Aquí, queremos regular antes de lanzar. Resultado: frenamos en seco antes incluso de haber arrancado.
Reglamentos como el Digital Markets Act o el AI Act son un claro reflejo de esta mentalidad. En el fondo, son regulaciones justas que defienden una visión humanista y universalista del mundo digital. Podemos estar orgullosos. Pero si no van acompañadas de capacidad de inversión, visión industrial y simplificación administrativa, corren el riesgo de producir el efecto contrario: espantar el talento. Desmotivar a los fundadores. Dejar la innovación a otros. Y en la carrera de la innovación, solo hay un número uno: quedar segundo, ya es quedarse atrás. ¡Imagina terminar cuarto o quinto!
Me preguntan a menudo: ¿se puede construir esta ambición siendo responsables? La respuesta es sí. ¿Es sostenible? Quizás, si adoptamos una visión mundial más coherente e inclusiva. Pero seamos sinceros: aún estamos lejos de tal consenso. Nuestros arbitrajes europeos —aunque bienintencionadas— tienen poco peso en un mundo donde imperan otras prioridades.
Entiendo que haya países que nos digan: "¿Después de haber disfrutado de todo queréis ahora regularlo todo? ¡Ni hablar!". Pero ¿cómo competir cuando una empresa extranjera, en el mismo mercado que tú, ofrece un servicio casi idéntico a mitad de precio simplemente porque no está sujeta a ninguna de las restricciones que tú te impones? Mientras tú limitas tu consumo energético para entrenar tus modelos de IA, ellos maximizan su eficiencia sin miramientos. Resultado: un producto creado despreciando toda exigencia responsable, pero más avanzado, de forma más rápida. El CEO de Michelin, Florent Menegaux, tiene razón al dar la voz de alarma. Es imposible ser competitivo en estas condiciones. No es solo una cuestión de moral o intención. Es una realidad económica. Y mientras no haya una visión global compartida, quienes actúen con responsabilidad seguirán en desventaja.
¡Aprovechemos la oportunidad de la IA!
Sin embargo, ¿significa esto que hay que debemos rendirnos? ¡En absoluto! Aún tenemos una carta que jugar, porque la IA ha redistribuido las cartas a escala internacional. Pero ¿dónde están las inversiones masivas? ¿Dónde están las grandes apuestas industriales? No podemos imponer cargas a las startups y al mismo tiempo negarles los medios para competir. En las capas bajas —la infraestructura, los chips, los modelos base— seamos realistas: estamos muy por detrás. No creo ni por un segundo que podamos crear un nuevo Nvidia en Europa. No es nuestro terreno de juego.
En cambio, en las capas altas, en los usos, en los modelos aplicativos, ahí sí. Tenemos los talentos, las ideas. Empresas brillantes, como Mistral AI en Francia o Lovable en Suecia. Podemos crear modelos europeos potentes, éticos eficientes y sostenibles. Pero tenemos que dejar de asfixiarlos bajo una maraña de normativas y burocracia. Y, sobre todo, tenemos que empezar a pensar y actuar como europeos.
Porque Europa en su conjunto es un inmenso mercado interior. De un espacio económico de 60 millones de personas, pasamos a un terreno de juego de 700 millones de habitantes si incluimos los países periféricos. ¡Más que Estados Unidos! Y, sin embargo, cada país sigue actuando por su cuenta. Crear una empresa europeahoy en día significa enfrentarse a tantos regímenes fiscales, sociales y jurídicos como países miembros hay. ¿Quieres contratar a alguien en Alemania? Necesitas asesoría local, contables locales, un abogado local. ¡Es una pesadilla! Lo llamamos "la Unión", pero no hay nada unificado.
Creo firmemente que es posible tomar lo mejor de ambos mundos: la audacia de los americanos y la prudencia de los europeos.
Resultado: pensamos en pequeño. Pensamos en clave nacional. "Creo una empresa en España. Y si funciona, iré a Francia, luego a Alemania." Pero nunca: "Creo una empresa en Europa." ¡Es absurdo! Porque desde fuera, todos nos ven como europeos. Un estadounidense difícilmente distingue entre un portugués y un lituano, de la misma manera que nosotros no distinguimos entre un californiano y un texano. Urge crear un estatuto de empresa europea con reglas armonizadas. ¡Y es posible! Estados Unidos lo logra. Cada estado tiene sus peculiaridades, sus reglas locales. Pero comparten un marco común. ¡Debemos crear ese marco! Unidos, podemos ser relevantes. Divididos, somos anecdóticos.
Crear campeones europeos
En Thiga no queremos limitarnos a acompañar empresas. Queremos construir con ellas una ambición europea. Estar ahí para acelerar, estructurar, dar el salto. Con un objetivo: crear campeones capaces de competir en la misma liga que los gigantes americanos o asiáticos. Pero dejemos claro qué es un campeón. Un campeón europeo no es solo una empresa que factura en tres capitales europeas. Es también una empresa reconocida en Nueva York, en Shanghái, en São Paulo, como LVMH, Michelin o Schneider. Ahí es donde queremos llevar a las organizaciones con las que trabajamos. Queremos ser un catalizador.
Lo digo convencido: en Thiga pensamos en clave continental. En nuestra visión, en nuestros equipos, en nuestra manera de trabajar. Queremos ser capaces de operar en toda Europa. Entender las especificidades locales y adaptarnos a las realidades económicas de cada país. Estamos convencidos de que es posible aliar ambición y responsabilidad. Ir rápido, sin traicionar nuestros valores. Lo afirmo, es posible tomar lo mejor de ambos mundos: la audacia de los americanos y la prudencia de los europeos.
Lo digo sonriendo, en broma, pero no es tan absurdo decir que Donald Trump casi merece el premio Carlomagno. ¿Por qué? Porque quizás ha sido el mejor activador de toma de conciencia europea desde hace décadas. Mostró lo que pasa cuando Estados Unidos se aísla y abandona el multilateralismo. Hoy está claro que Europa no podrá continuar dependiendo eternamente de Estados Unidos. ¡Imposible basar nuestro futuro estratégico en un socio tan inestable! Tenemos que construir algo sólido aquí. Para nosotros.
Y ahora es el momento. Para mi generación, ir a trabajar a Estados Unidos era el Santo Grial. Hoy, el mito de Silicon Valley comienza a desvanecerse. Nos damos cuenta de que Europa ofrece muy buenas condiciones para construir y evolucionar. Pero tiene que cuajar. Y para eso, hace falta una visión, un entorno estable. Y ahora mismo no lo tenemos: pasamos de una elección a otra, de un gobierno a otro. Es esta inestabilidad política la que crea inmovilismo económico. Un emprendedor no piensa a tres meses vista. Piensa a cinco, diez, veinte años. Cuando inviertes en una planta de producción, lo haces para una generación, no para una legislatura.
Pero ojo: si Trump desaparece y vuelve un gobierno demócrata más moderado, no hay que volver a caer en nuestro letargo. ¡Fijemos una visión común y mantengámonos en ella! Porque al final, lo que cuenta no es lo que hacen los otros. Es lo que decidimos hacer nosotros. En definitiva, comparto la convicción de Victor Hugo. Como él, no creo en un futuro de Europa como simple superposición de países. Llamémoslo "Estados Unidos de Europa" o "Unión Europea", no importa. La convicción sigue siendo la misma. Y en Thiga, estamos decididos a defenderla.